Nick Cave, Roger Deadkins, Andrew Dominik y Brad Pitt recrean el mundo por el que se movió ese icono, elevado a estándares mitológicos, de la historia norteamericana que es Jesse James.
El talento sobrehumano de Cave y Deadkins (sobre todo de ellos) se materializa en un universo Victoriano lírico, evocador y sofisticado, donde las luces que se cuelan entre el maíz y la bruma las captan cristales sinuosos.
Este comienzo de cine, que también es la presentación de un personaje, es una de las cosas más bonitas que he visto en mi vida. Pues eso, a disfrutar.
Claire Denis dirige este filme de 1999. Lo que la cineasta francesa nos cuenta es, en esencia, un extraño triángulo de celos y admiración entre tres hombres, miembros de la Legión Extranjera, destinados en el Cuerno de África en tiempos de paz.
Basada libérrimamente en una novela de Herman Melville (Billy Budd, 1891), la historia, en realidad, es una especie de pretexto para que la directora se explaye y proclame al mundo su elección por la forma en perjuicio del fondo. Primeros (o primerísimos) planos, secuencias aparentemente intrascendentes, un montaje abstruso, elementos todos que nos retrotraen al cine francés de los primeros sesenta (imposible eludir a Bresson), que ensalzan el arte de contar y que, de alguna manera, subliman la figura del director cinematográfico.
La capital importancia de planchar una camisa o de hacer una cama, los silencios, las proporciones apolíneas de los cuerpos de los jóvenes legionarios o los bailes sensuales de un grupo de africanas dentro de una cutre discoteca son las unidades que componen el poco tradicional hilo narrativo de esta película.
(+) Lo mejor (+).
Los hipnóticos ejercicios en el desierto.
(-) Lo peor (-).
El inextricable baile final de Lavant. La figura polimórfica del actor tiene, a mi modo de ver, una gran relevancia a lo largo de la cinta pero, lo admito, se me escapa el sentido de la espasmódica danza que cierra Beau travail.
Sé que nadie se sentirá estafado si viene aquí buscando a La grande bellezza (2013)y se encuentra La dolce vita (1960), Fellini 8 e mezzo (1963) o Roma (1972). Que Paolo Sorrentino se ha servido de herramientas fellinianas (creedme cuando os digo que sigue dándome grima usar este adjetivo, aunque abuse de él) lo sabe ya toda Europa y toda América. El director napolitano ha repetido hasta la saciedad que es un grandísimo admirador del cine de Federico Fellini y que, evidentemente, la influencia de su imaginario ha resultado decisiva a la hora de crear este film. No se puede ser director de cine, italiano, hablar de crisis creativa, de artistas pretenciosos, de la ciudad de Roma y obviar las películas del maestro. Nadie, aunque no fuera italiano, podría.
SavantSale 